En todo caso, los distintos rituales sí generaban un sentido de pertenencia. En todos los niveles, ser templario representaba una posición de poder e influencia, sí, pero también de cierto reconocimiento social y de compromiso moral hacia el grupo criminal. Para los miembros de las organizaciones criminales las identidades permiten construir cierta distinción como miembro de un colectivo (el grupo criminal) frente a otros colectivos sociales. Además, les otorga un bagaje de normas con las que se identifican, con las que logran integrarse de mejor manera y a las que deben obediencia. Los rituales del terror contenían elementos identitarios muy marcados. La vestimenta, la forma de acercarse a las comunidades, las maneras de ejecutar: todo abonaba a formas particulares de ser y actuar en el mundo criminal.
Capítulo del libro: Treviño Rangel, J., & Atuesta Becerra, L. H. La muerte es un negocio. Miradas cercanas a la violencia criminal en América Latina, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A.C., 2020.
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